jueves, enero 16, 2003
Denise Dresser
Mujeres de negro
¿Y si su hija o su madre o su hermana desapareciera un
día cualquiera? ¿Y si pasaran semanas y meses sin
saber de ellas? ¿Y si colocara fotos, descripciones y
peticiones de ayuda -"delgada de pelo largo"- en
lugares públicos? ¿Y si después encontraran su cuerpo
tirado en un lote baldío? ¿Y si fuera evidente que ha
sido violada, mordida, estrangulada y mutilada? ¿Y si
la hubieran acuchillado 20 veces? ¿Y si le entregaran
los restos de su ropa en una bolsa de plástico? ¿Y si
las autoridades no le prestaran atención? ¿Y si el
gobierno le dijera que no puede intervenir porque "es
un asunto estatal"? ¿Y si, aunque usted contara su
caso cientos de veces, prevaleciera el silencio?
Estas preguntas no provienen de una telenovela
truculenta, ni de un libro sobre asesinos en serie de
Patricia Cornwell. No son producto de la imaginación
de un escritor de ficción, sino parte de la conciencia
colectiva de Ciudad Juárez. Allí, desde hace 10 años,
quienes buscan a mujeres desaparecidas encuentran
huesos en el desierto. Allí, desde hace 10 años, ser
mujer y trabajar en una maquiladora significa estar en
peligro de muerte. Allí, desde hace 10 años, los
gobiernos -panistas y priistas- cierran los ojos y se
lavan las manos. En Ciudad Juárez nadie sabe y nadie
supo, nadie tiene la voluntad política para resolver
los crímenes ni la capacidad para prevenirlos. En
Ciudad Juárez las mujeres tienen miedo.
Mientras tanto, en el resto del país la indignación
focalizada coexiste con la indiferencia generalizada.
Miles de personas marchan para exigir una solución,
mientras millones se quedan en casa mirando la
televisión. Miles se visten de negro y caminan al
Zócalo, mientras millones prefieren mirar La Academia.
Las familias de las desaparecidas exigen respuestas y
los hombres de poder se muestran renuentes a
proveerlas. Las madres desesperadas se topan a diario
con el muro de los policías coludidos. El día 25 de
cada mes, la bandera de la Comisión Nacional de
Derechos Humanos se pone a media asta, en señal de
solidaridad, pero ese gesto simbólico no destierra la
cultura de la impunidad. En Ciudad Juárez se prenden
velas y se llevan a cabo vigilias para las víctimas de
la violencia. En la Ciudad de México son mujeres
invisibles. Tiene razón Elena Poniatowska: somos un
país de culpables.
Ciudad Juárez es un microcosmos de las miserias que
aún aquejan a México: la corrupción, la violencia
contra las mujeres, la brutalidad con la que
crecientemente se vive en cualquier gran ciudad.
Ciudad Juárez es un cruce de caminos entre la riqueza
del sector maquilador y la pobreza de quienes trabajan
en él, entre el éxito capitalista y el caos
tercermundista. Ciudad Juárez es ejemplo de un sistema
económico que devalúa a la mano de obra necesaria para
asegurar su supervivencia. Los productos que se
producen allí son baratos y la vida de sus 280 mujeres
desaparecidas también. La "Ciudad del Futuro" se ha
convertido en una tumba.
Lourdes Portillo, directora del documental Señorita
Extraviada, hace las preguntas que el país entero
debiera: "¿Por qué estas muertes han sido ignoradas y
por qué están ocurriendo?" Desde 1993 cientos de
mujeres salen de casa y no regresan a ella; terminan
de trabajar y nadie las vuelve a ver; toman un camión
y acaban en un ataúd. Son estudiantes, amas de casa,
meseras y secretarias. Tienen entre 15 y 25 años.
Suelen ser pobres y de pelo largo. Trabajan por seis
dólares diarios ensamblando radios. Emigran de
distintas partes del país a Ciudad Juárez, pensando
que podrían vivir mejor allí. De pronto se vuelven
desechables, anónimas.
Pero no es así. Sus madres, sus hijos, sus esposos,
sus hermanos las conocen. Saben que se llamaban Paloma
Angélica, Erika Noemí, Erika Ivonne, Lilia Alejandra,
Irma Rebeca, Laura Georgina, Laura Alondra, Flor
Idalia. Saben que eran delgadas y bonitas. Saben que
eran el sostén económico de sus familias. Hasta el
momento, las investigaciones han sido una farsa, una
broma, una tragedia de errores. La corrupción y la
complicidad han llevado a desaparecer pruebas y dejar
en libertad a sospechosos, a ignorar información de
testigos y a amedrentarlos, a encarcelar a inocentes y
a fabricar culpables. Más que perseguir, las
autoridades se dedican a encubrir, más que investigar,
las autoridades se abocan a tapar. Declaran -como lo
hizo el gobernador Patricio Martínez- que las muertes
son "cosas del pasado" cuando los cadáveres siguen
apareciendo en el presente.
La muerte de las mujeres de Ciudad Juárez sigue siendo
un misterio. ¿Se les viola por el puro placer de
hacerlo? ¿Se les cercenan los senos como parte de un
ritual satánico? ¿Se les mata porque participan contra
su voluntad en películas pornográficas? ¿Se les coloca
en un tambo lleno de ácido para que nadie pueda
reconocerlas? ¿Se les rasura una porción del pelo por
diversión o por perversión? ¿Fueron asesinadas por el
egipcio, o por la banda de Los Rebeldes, o por los
choferes de un camión, o por el gerente de una
maquiladora, o por narcotraficantes o por "juniors"
con protección policiaca? Muchas preguntas, pocas
respuestas; muchas muertes, pocos asesinos.
Aún no hay criminales condenados, pero sí hay
autoridades condenables. Los procuradores y fiscales
especiales que atribuyen la muerte de múltiples
mujeres a la "doble vida" que llevaban. Voceros de
procuradurías estatales que argumentan "estos casos no
caen bajo jurisdicción estatal". Los peritos que, por
descuido, dejan huesos, pelo y ropa en el sitio donde
son encontrados los últimos cuerpos. Los policías que
matan "accidentalmente" al abogado defensor de uno de
los acusados, cuya confesión había sido extraída con
base en la tortura. Los investigadores que queman más
de mil libras de ropa de las víctimas, acumulada
durante 10 años. Los expertos que le hacen pruebas de
DNA al cadáver equivocado. Francisco Barrio que salta
de la provincia al centro, dejando tras de sí un
problema no resuelto. Vicente Fox que apoya
verbalmente a las mujeres pero no actúa políticamente
para ayudarlas.
Todas las autoridades involucradas tienen una actitud
casual y ello revela un problema más profundo y
estructural. En una sociedad en la cual los hombres no
pueden ser acusados de violar a sus esposas, la
violencia contra las mujeres no es condenada con la
vehemencia que debería serlo. En una sociedad en la
cual 1 de cada 3 mujeres es maltratada en su casa,
poco importa que mueran cientos de ellas en la calle.
Y si eso ocurre es por su propia culpa. Al menos eso
argumenta el ex procurador de Chihuahua, Arturo
González Rascón, quien en 1999 acusa a las mujeres
muertas de provocarse el daño a sí mismas: por usar
vestidos escotados y salir de noche, por usar faldas
cortas y lucirlas. Porque él y muchos como él piensan
así, se explica el titular de un periódico local: "No
hay mejor lugar para matar a una mujer que Ciudad
Juárez".
En una entrevista reciente, Lourdes Portillo dice que
fue a Ciudad Juárez en busca de fantasmas. Y allí
están. En busca de voz, en busca de justicia, en busca
de descanso. Para los que se quedan atrás la tarea es
sencilla: seguir hablando y seguir exigiendo. Como
afirma la madre de una de las víctimas: "Nunca dejaré
de hablar de Olga. No puedo parar hasta que termine la
violencia". Sólo así será posible cambiar -marcha tras
marcha, vigilia tras vigilia, artículo tras artículo,
documental tras documental- a una sociedad ciega,
sorda y sexista. Sólo así será posible lograr que no
haya una muerta más, ni una mujer faltante. Sólo así
se cobrará conciencia de que los derechos de las
mujeres no son diferentes ni de segunda clase. Son
derechos ciudadanos. Ni más ni menos.
Hay mucho qué hacer: indagar lo ignorado, encontrar a
los culpables y juzgarlos, coordinar campañas para
proteger a las trabajadoras de las maquiladoras,
mejorar la seguridad en las zonas industriales,
aceptar la ayuda del FBI en vez de rechazarla. Pero
más allá de cambiar formas de actuar habrá que cambiar
formas de pensar... entre los burócratas, los
senadores, los gobernadores, los policías y los
hombres. Para que las mujeres en Ciudad Juárez y en el
resto del país vivan sin miedo. Para que las mujeres
no tengan que marchar vestidas de luto, vestidas de
negro.
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Mujeres de negro
¿Y si su hija o su madre o su hermana desapareciera un
día cualquiera? ¿Y si pasaran semanas y meses sin
saber de ellas? ¿Y si colocara fotos, descripciones y
peticiones de ayuda -"delgada de pelo largo"- en
lugares públicos? ¿Y si después encontraran su cuerpo
tirado en un lote baldío? ¿Y si fuera evidente que ha
sido violada, mordida, estrangulada y mutilada? ¿Y si
la hubieran acuchillado 20 veces? ¿Y si le entregaran
los restos de su ropa en una bolsa de plástico? ¿Y si
las autoridades no le prestaran atención? ¿Y si el
gobierno le dijera que no puede intervenir porque "es
un asunto estatal"? ¿Y si, aunque usted contara su
caso cientos de veces, prevaleciera el silencio?
Estas preguntas no provienen de una telenovela
truculenta, ni de un libro sobre asesinos en serie de
Patricia Cornwell. No son producto de la imaginación
de un escritor de ficción, sino parte de la conciencia
colectiva de Ciudad Juárez. Allí, desde hace 10 años,
quienes buscan a mujeres desaparecidas encuentran
huesos en el desierto. Allí, desde hace 10 años, ser
mujer y trabajar en una maquiladora significa estar en
peligro de muerte. Allí, desde hace 10 años, los
gobiernos -panistas y priistas- cierran los ojos y se
lavan las manos. En Ciudad Juárez nadie sabe y nadie
supo, nadie tiene la voluntad política para resolver
los crímenes ni la capacidad para prevenirlos. En
Ciudad Juárez las mujeres tienen miedo.
Mientras tanto, en el resto del país la indignación
focalizada coexiste con la indiferencia generalizada.
Miles de personas marchan para exigir una solución,
mientras millones se quedan en casa mirando la
televisión. Miles se visten de negro y caminan al
Zócalo, mientras millones prefieren mirar La Academia.
Las familias de las desaparecidas exigen respuestas y
los hombres de poder se muestran renuentes a
proveerlas. Las madres desesperadas se topan a diario
con el muro de los policías coludidos. El día 25 de
cada mes, la bandera de la Comisión Nacional de
Derechos Humanos se pone a media asta, en señal de
solidaridad, pero ese gesto simbólico no destierra la
cultura de la impunidad. En Ciudad Juárez se prenden
velas y se llevan a cabo vigilias para las víctimas de
la violencia. En la Ciudad de México son mujeres
invisibles. Tiene razón Elena Poniatowska: somos un
país de culpables.
Ciudad Juárez es un microcosmos de las miserias que
aún aquejan a México: la corrupción, la violencia
contra las mujeres, la brutalidad con la que
crecientemente se vive en cualquier gran ciudad.
Ciudad Juárez es un cruce de caminos entre la riqueza
del sector maquilador y la pobreza de quienes trabajan
en él, entre el éxito capitalista y el caos
tercermundista. Ciudad Juárez es ejemplo de un sistema
económico que devalúa a la mano de obra necesaria para
asegurar su supervivencia. Los productos que se
producen allí son baratos y la vida de sus 280 mujeres
desaparecidas también. La "Ciudad del Futuro" se ha
convertido en una tumba.
Lourdes Portillo, directora del documental Señorita
Extraviada, hace las preguntas que el país entero
debiera: "¿Por qué estas muertes han sido ignoradas y
por qué están ocurriendo?" Desde 1993 cientos de
mujeres salen de casa y no regresan a ella; terminan
de trabajar y nadie las vuelve a ver; toman un camión
y acaban en un ataúd. Son estudiantes, amas de casa,
meseras y secretarias. Tienen entre 15 y 25 años.
Suelen ser pobres y de pelo largo. Trabajan por seis
dólares diarios ensamblando radios. Emigran de
distintas partes del país a Ciudad Juárez, pensando
que podrían vivir mejor allí. De pronto se vuelven
desechables, anónimas.
Pero no es así. Sus madres, sus hijos, sus esposos,
sus hermanos las conocen. Saben que se llamaban Paloma
Angélica, Erika Noemí, Erika Ivonne, Lilia Alejandra,
Irma Rebeca, Laura Georgina, Laura Alondra, Flor
Idalia. Saben que eran delgadas y bonitas. Saben que
eran el sostén económico de sus familias. Hasta el
momento, las investigaciones han sido una farsa, una
broma, una tragedia de errores. La corrupción y la
complicidad han llevado a desaparecer pruebas y dejar
en libertad a sospechosos, a ignorar información de
testigos y a amedrentarlos, a encarcelar a inocentes y
a fabricar culpables. Más que perseguir, las
autoridades se dedican a encubrir, más que investigar,
las autoridades se abocan a tapar. Declaran -como lo
hizo el gobernador Patricio Martínez- que las muertes
son "cosas del pasado" cuando los cadáveres siguen
apareciendo en el presente.
La muerte de las mujeres de Ciudad Juárez sigue siendo
un misterio. ¿Se les viola por el puro placer de
hacerlo? ¿Se les cercenan los senos como parte de un
ritual satánico? ¿Se les mata porque participan contra
su voluntad en películas pornográficas? ¿Se les coloca
en un tambo lleno de ácido para que nadie pueda
reconocerlas? ¿Se les rasura una porción del pelo por
diversión o por perversión? ¿Fueron asesinadas por el
egipcio, o por la banda de Los Rebeldes, o por los
choferes de un camión, o por el gerente de una
maquiladora, o por narcotraficantes o por "juniors"
con protección policiaca? Muchas preguntas, pocas
respuestas; muchas muertes, pocos asesinos.
Aún no hay criminales condenados, pero sí hay
autoridades condenables. Los procuradores y fiscales
especiales que atribuyen la muerte de múltiples
mujeres a la "doble vida" que llevaban. Voceros de
procuradurías estatales que argumentan "estos casos no
caen bajo jurisdicción estatal". Los peritos que, por
descuido, dejan huesos, pelo y ropa en el sitio donde
son encontrados los últimos cuerpos. Los policías que
matan "accidentalmente" al abogado defensor de uno de
los acusados, cuya confesión había sido extraída con
base en la tortura. Los investigadores que queman más
de mil libras de ropa de las víctimas, acumulada
durante 10 años. Los expertos que le hacen pruebas de
DNA al cadáver equivocado. Francisco Barrio que salta
de la provincia al centro, dejando tras de sí un
problema no resuelto. Vicente Fox que apoya
verbalmente a las mujeres pero no actúa políticamente
para ayudarlas.
Todas las autoridades involucradas tienen una actitud
casual y ello revela un problema más profundo y
estructural. En una sociedad en la cual los hombres no
pueden ser acusados de violar a sus esposas, la
violencia contra las mujeres no es condenada con la
vehemencia que debería serlo. En una sociedad en la
cual 1 de cada 3 mujeres es maltratada en su casa,
poco importa que mueran cientos de ellas en la calle.
Y si eso ocurre es por su propia culpa. Al menos eso
argumenta el ex procurador de Chihuahua, Arturo
González Rascón, quien en 1999 acusa a las mujeres
muertas de provocarse el daño a sí mismas: por usar
vestidos escotados y salir de noche, por usar faldas
cortas y lucirlas. Porque él y muchos como él piensan
así, se explica el titular de un periódico local: "No
hay mejor lugar para matar a una mujer que Ciudad
Juárez".
En una entrevista reciente, Lourdes Portillo dice que
fue a Ciudad Juárez en busca de fantasmas. Y allí
están. En busca de voz, en busca de justicia, en busca
de descanso. Para los que se quedan atrás la tarea es
sencilla: seguir hablando y seguir exigiendo. Como
afirma la madre de una de las víctimas: "Nunca dejaré
de hablar de Olga. No puedo parar hasta que termine la
violencia". Sólo así será posible cambiar -marcha tras
marcha, vigilia tras vigilia, artículo tras artículo,
documental tras documental- a una sociedad ciega,
sorda y sexista. Sólo así será posible lograr que no
haya una muerta más, ni una mujer faltante. Sólo así
se cobrará conciencia de que los derechos de las
mujeres no son diferentes ni de segunda clase. Son
derechos ciudadanos. Ni más ni menos.
Hay mucho qué hacer: indagar lo ignorado, encontrar a
los culpables y juzgarlos, coordinar campañas para
proteger a las trabajadoras de las maquiladoras,
mejorar la seguridad en las zonas industriales,
aceptar la ayuda del FBI en vez de rechazarla. Pero
más allá de cambiar formas de actuar habrá que cambiar
formas de pensar... entre los burócratas, los
senadores, los gobernadores, los policías y los
hombres. Para que las mujeres en Ciudad Juárez y en el
resto del país vivan sin miedo. Para que las mujeres
no tengan que marchar vestidas de luto, vestidas de
negro.
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dios se hizo pipí, pues también fué chico | Plantilla por Plantishas para Blogger
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